¡Qué barbaridaaad!

Fernando Peña

Este artículo fue publicado en el diario Crítica de la Argentina el día 2009-04-20 03:00:00 +0000

Como actor que trabaja actualmente y activamente en teatro, padezco de manera contínua y en cada función la novela paralela de los celulares, la charla entre los miembros del público, la que no logra terminar de desenvolver el caramelo, los que llegan tarde, etc., etc. Me he preguntado varias veces por qué sucede esto. Y no he encontrado respuestas. ¿Por qué vienen si no están completamente aquí en cuerpo y alma?, ¿para qué vienen si es claro que no quieren venir?. Alguien que va a un lugar y no presta atención, no respeta y no se respeta, no tiene por qué quedarse ya que está claro que está incómodo, distraído, molesto y ha venido sin ganas. Esto ocurre en todos los teatros, lo veo cuando soy actor, cuando soy espectador, y además me lo cuentan mis compañeros actores cuando los encuentro en algún lugar. ¡Es increíble! Un día entró José Sacristán al Edelweiss, restaurante que alberga a los actores después de la función, indignado y sorprendidísimo ya que no podía creer la falta de respeto y consideración del público argentino. No sé hace cuánto que cada uno de ustedes no van al teatro, pero les aseguro que es vergonzoso e inentendible.

Empecemos por los que llegan tarde. Estoy cansado de la gente que calcula mal el tiempo que se tarda en llegar de un punto al otro. Me pasa mucho con amigos cuando arreglamos para ir a algún lugar; la mayoría de mis amigos calcula que desde, por ejemplo, Martínez al centro se tarda entre 20 y 25 minutos. ¡Eso es un disparate!, puede ser que se tarde entre 20 y 25 minutos en llegar al centro desde Martínez, pero estamos hablando de zona a zona y no de puerta a puerta, ¡ése es el problema, el puerta a puerta!. La gente cuando calcula no calcula el puerta a puerta, calcula el zona a zona. Desde Martínez al centro se tarda de puerta a puerta entre 45 y 50 minutos, no 20… ni 25. Aclarado el porqué de los que llegan tarde.

Pasemos a los de los caramelitos; acepto que se coman caramelos o golosinas en los cines, donde no molestás a Tom Cruise con el ruido y, además, el volumen de la banda de sonido es varias veces superior al que le puede imprimir un actor a su voz. En el teatro el ruidito del puto celofán que no termina de terminar es decididamente in-so-por-ta-ble. Por favor tengan un poco de consideración hacia ese actor que está vivo frente a ustedes. Es una persona que escucha, sufre, padece, y por más concentrado que esté es influenciado y afectado por el puto celofán; créanmelo, es muy difícil estar representando, tratando de transmitir sentimientos y sensaciones y convivir con el ruido del papelito.

Ahora pasemos a los del celular. El celular es todo un tema. El tema “celular” se divide en varias categorías. Están los que se olvidan de apagarlos simplemente por boludos; están los que los ponen en vibrador y luego cuando los llaman atienden pensando que no se escucha y están equivocados, se escucha y mucho, además de lo que molesta y distrae la luz del aparato; después están los que los tienen en modo silencioso y mandan mensajitos de texto durante toda la función y, por último, los que los usan para sacar fotos también durante toda la función. ¡¿No pueden apagar el celular durante dos horas?!. ¿Tan importantes son que no tienen dos horas para ustedes y para el disfrute?… y si efectivamente tan importantes son, no vayan al teatro.

Terminemos con los que hablan entre ellos. Yo comprendo un comentario cada tanto, claro que sí, no soy una maestra siruela que da instrucciones para concurrir a un teatro, pero la continua perorata es intolerable. Me pasó la semana pasada. Un matrimonio amigo vino a verme a la función y después, cuando fueron a saludarme al camarín, me contaron que dos mujeres detrás de ellos no habían parado de hablar y molestar a los de su alrededor con la eterna conversación que mantenían. Nadie se animaba a decirles nada; como en su casa, las señoras cotorreaban de lo más panchas. No lo entiendo.

Más allá de las respuestas que pude darme hoy, sigo sin entender para qué van, cómo no les da vergüenza lo tremendamente molestos que son y, por último, me pregunto: ¿Serán conscientes?… Tal vez usted que está leyendo esto es uno de ellos y en este momento está pensando:

“¡Qué barbaridaaaaad!”.

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