Espacios comunes
La poca tolerancia que tenemos con nuestros vecinos está demostrada en esas tan bochornosas y necesarias medianeras.Este artículo fue publicado en el diario Crítica de la Argentina el día 2009-05-04 03:00:00 +0000
La poca tolerancia que tenemos con nuestros vecinos está demostrada en las medianeras, esas tan bochornosas y necesarias medianeras.
Digo bochornosas porque nos echan en cara que verdaderamente y por naturaleza no nos toleramos. El vivir uno al lado del otro, uno pegado al otro, hace que se nos despierten las miserias más animales. He escuchado a lo largo de mi vida comentarios y conversaciones increíbles e inverosímiles con respecto a los vecinos y los límites. Que si clavo que si no clavo, que si movió que si no movió, que si corresponde que si no corresponde, que si pertenece que si no pertenece, que si aflora que si no aflora, que si está dentro de los límites o no y blablabla…
Cuando era chico recuerdo que un amiguito de la cuadra había venido corriendo y espantado con el cuento de que la vecina de la esquina había envenenado al gato de al lado porque dormía en su árbol. En ese momento de mi vida no lo entendí; para mí, la vieja estaba loca, no lo podía creer y me impresionó muchísimo. Hoy sigo sin entenderlo, pero no me impresiona, lamentablemente.
Años más tarde, cuando enseñaba inglés en un instituto de barrio, fui testigo de un caso de terror. Resulta que Mari, la mucama del instituto, que trabajaba hacía muchísimos años allí, tenía un canario roller que había encontrado medio tullidito mientras limpiaba el patio. Lo había recogido, le había dado agua y alpiste, le había comprado la jaula y ahí lo tenía en el patio… lo más pancho el pajarito.
Un día Mari entró a la sala de profesores llorando a mares. La vecina de al lado la había amenazado con llamar a la municipalidad y hacerle una denuncia si no sacaba al canario de la medianera. Mari ponía al canario sobre la pared que dividía al patio de la casa de la señora de al lado y el canario la molestaba con su canto. Por supuesto que lo sacó de allí, el flaco de mantenimiento puso un clavo en la pared, la jaula quedó de nuestro lado y fin del episodio. A los tres días la señora de al lado se presentó en la administración indignada porque el clavazo, textual, había traspasado la pared y se le estaba haciendo un globo de su lado. Recuerden que estamos hablando de un jardín… ¿No es insólito? Clavos, caños, rejas, ladrillos, cortinas, mamparas, plantas y hasta botellas rotas nos dividen y nos alejan del prójimo, ese prójimo que tanto recomienda que amemos la Biblia.
Siempre me llamó la atención cómo nos las ingeniamos para alejarnos del otro y así estar solos. En los cines, por ejemplo, las parejas se sientan dos juntos, butaca vacía, dos juntos, butaca vacía; en los McDonalds o Burger nadie comparte mesa, muchas veces hay tres en una mesa de cuatro y un pobre gil paradito y su alma con su bandejita esperando que una mesa se desocupe. Es muy común escuchar en verano que te digan que vayamos a tal playa porque está vacía y es un placer y también es común que la gente compre terrenos o lotes vacíos para que nadie se le mude al lado. Lo comprendo y yo haría lo mismo.
Lo que trato de plantear es otra cosa. ¿En qué quedamos?, ¿juntos o separados?, porque también nos sirve estar juntos o que haya gente en otras circunstancias… En marchas, en reuniones de consorcio, en grupos que comparten una misma ideología o fin, sirve la gente. También es una realidad que somos una célula o materia que precisa vivir en compañía de sus pares; entonces ¿por qué la poca tolerancia cuando se trata de espacios comunes? El dominio o la lucha por el dominio de un espacio es el eterno conflicto de la especie. La batalla por abarcar. El juego del estanciero sin ir más lejos está basado en eso, los apoyabrazos también son un buen ejemplo, esa peleíta supuestamente tonta entre los codos, y se veía claramente cuando éramos chicos y nos adueñábamos del lado del pupitre del otro. He llegado hasta tener peleas porque un lápiz del otro estaba apoyado un centímetro dentro de mi lado del pupitre, he llegado a demarcar el límite con tiza para establecer con mis compañeros de banco dónde terminaba y dónde empezaba el espacio de cada uno, y se manifiesta de una manera asquerosa e indigna en los aviones cuando alguien pone bultos en una fila de cinco para que parezcan ocupados y así poder estirarse a pata tendida solo, solito… ¡solos!